ROMA.- Lo certificaba el otro día la Universidad de Modena: el pasado ha sido el mes de diciembre más caluroso que se vive en Italia desde al menos 1860, fecha en la que el observatorio geofísico de ese centro comenzó a llevar un control meteorológico.
Pero, antes de tener esa confirmación, los italianos ya observaban con inquietud las temperaturas anormalmente elevadas que se están registrando este invierno.
En ciudades como Roma, y hasta hace muy poco, muchos se jactaban de que no habían llegado necesitar a sacar el abrigo del armario, mientras disfrutaban sentados en un terraza de un 'capuccino'. Y aún hoy, al abrigo del sol, es posible saborear un buen café en plena calle sin sentir las dentelladas del frío. Las estaciones de sky de Alto Adagio, por ejemplo, están abiertas solo gracias a la nieve artificial, porque de la auténtica sólo ha caído un puñado de copos. Y las tiendas de ropa se quejan de que la falta de frío se ha traducido en una fuerte caída de las ventas.
Pero es a los agricultores y floricultores a quienes, sin duda, menos inadvertidas han pasado las inusualmente altas temperaturas de este invierno. "Nos encontramos ante una situación extremadamente crítica", sentenciaba el pasado martes Giancarlo Cassini, responsable agrícola de la región de Liguria. "El calor de estas últimas semanas mantiene con savia a las plantas e impide así su letargo invernal. El calor ha acelerado los tiempos de producción y lo que se produce antes se pierde después", dictaminaba, poniendo como ejemplo cómo las recogida de la aceituna, que normalmente se realiza entre mediados de noviembre y febrero, prácticamente está ya terminada. Por no hablar de los cultivadores de flores, que están viendo brotar capullos en fechas para las que no existe demanda.
O los dueños de invernaderos, que para combatir la humedad generada por este extraño invierno en algunos casos se están bien obligados a encender la calefacción en sus instalaciones y abrir las ventanas.
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EE.UU: El lago del Central Park, sin un ápice de hielo.
NUEVA YORK.- La primavera llegó a primeros de año a Central Park.
Miles de neoyorquinos se trajeron el 'brunch' a la explanada y los cerezos se apuntaron a la fiesta abriendo su flores de par en par, para celebrar el fin de semana más caluroso desde 1878 (19 grados y subiendo). La pista de hielo era un charco a media tarde, el gondolero del estanque hacía su agosto en pleno enero y los osos polares del zoo se remojaban para combatir el calentón. En Battery Park, los yuppies del 'downtown' tendían sus cuerpos al sol, y la playa de Coney Island se poblaba de familias enteras con tumbonas.
Érase una vez el invierno en Nueva York... Las instantáneas de la ciudad cercada por nieve parecen ya de otro siglo. Las postales de Central Park cubierto con una sábana blanca forman parte de la mitología o del cine: nada ha vuelto a ser lo mismo desde la última visita de King Kong. La nieve suele llegar en noviembre a Nueva York, pero este año tuvimos tan sólo una levísima nevada en enero que duró apenas diez minutos y fue borrada de un soplo por este sol inusual. Ese mismo día, las agencias goteaban la noticia que todo el mundo intuía: el 2006 fue el año más caluroso en la historia de Estados Unidos (12,7 grados centígrados, uno más de media del siglo XX y por encima del récord de 1998).
El país que más generosamente contribuye con sus emisiones al calentamiento global es ya el sexto en el ranking de las temperaturas más elevadas. Cinco estados –Minesota, Connecticut, Vermont, New Hampshire y Nueva York- registraron máximos históricos en el pasado mes de diciembre. La visión idílica de los lagos helados de Nueva Inglaterra no ha llegado a cuajar este año. En el mítico Walden de Henry David Thoreau, los patos y los gansos siguen esperando la señal que no llega.
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PARÍS.- No era un espejismo ni un problema mecánico. Los termómetros de Nimes (sureste de Francia) marcaban el pasado jueves 21 grados de temperatura. Los vecinos no habían conocido nada semejante en el último medio siglo, aunque la incredulidad también es patrimonio de los bañistas de Niza, de los estudiantes de Burdeos y de los turistas de París, donde los meteorólogos se han puesto de acuerdo en afirmar que vivimos a la sombra de la Torre Eiffel el invierno más suave y bonancible desde 1922. El fenómeno responde al impacto inquietante del recalentamiento planetario. Es decir, un efecto contextual que ha favorecido la instalación de una masa de aire caliente proveniente del sudeste y recubierta a modo de tapadera por la acumulación ordenada y propiciatoria de las nubes. Es cuanto esgrimen los hombres y las mujeres del tiempo.
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